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ALFREDO PÉREZ ALENCART

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Puerto Maldonado, Perú, 1962.

Alfredo es un poeta peruano-español, profesor de la Universidad de Salamanca desde 1987. Es miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía y de la Academia de Juglares de San Juan de la Cruz de Fontiveros. También es director, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. Su poesía ha sido parcialmente traducida a 50 idiomas y ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio de Poesía Medalla Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015), la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017) y la Medalla José María Eguren (Lima, 2023), entre otros. También es presidente del jurado del Premio Internacional de Poesía António Salvado-Ciudad de Castelo Branco (Portugal) y del Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana (España). Tiene publicados veinte poemarios, cinco plaquetas, diez antologías. Se han publicado seis libros de ensayos sobre su poesía, con trabajos de más de doscientos académicos y escritores.

Alfredo muy generosamente, nos compartió esta selección personal de poemas, la cual, desde hoy, ya es de nuestra comunidad lectora de Fuerza de la Palabra.

ETERNIDAD DEL DÍA

 

No envejezco

porque tengo a la mujer

que amé de joven.

 

Es mía,

porque esté donde esté,

su memoria

gira en torno mío,

 

a las caricias

con las que mi energía

sigue rozando su dermis

y epidermis, bien

adentro.

 

Ella sabe cómo

se las pasa este preso

suyo que no envejece

 

ni en la eternidad

del día.

 

 

 

UN HOMBRE QUE ESPERA

 

                                       Por eso me holgaré

                                      que no te tardarás si yo espero.

                                                         San Juan de la Cruz

 

Tras una pérdida enorme,

he aquí que al fin voy transitando,

sin luces de bengala,

sobre los propios músculos

de la Esperanza,

ya aceptado el corazón

que le ofrecí.

 

Gracias, Amado Galileo,

por desconvocar esta huelga

de la vida.

 

Gracias, pequeño Juan,

por estremecer mis fatigados

sentidos.

 

He dibujado con querencias

la figura que mi instinto entroniza.

He limpiado los recuerdos

que me levantan a cada traspiés.

He instalado una tienda de campaña

para que juntos habitemos

en el nuevo reino o país.

 

Soy un hombre que espera.

 

 

GÓLGOTA Y DESPUÉS

 

Te siento en este Tiempo de Resurrección,

no porque ordene la costumbre,

y sí porque al hacerlo, el cansancio

zarpa de mis hombros para levantarte en ellos

hasta anunciar la Buena Nueva

que es antigua, desde cuando patrullaba

ese Amor que destilabas para acrecentar mi Fe,

mi total entrega con esas señales

que solo yo descifro, que solo yo siento

con el gozo que propicia besar tu carnalidad

siempre viva en mí, en mis venas

palpitantes, en mi alma soliviantada

porque no deseo callar mi clamor por ti.

 

Sobre sencilla paja te conocí

y no hay luto en este sábado que es sagrado

a ras de tierra, a ras de los matorrales

donde coloco tu cuerpo penetrado y le unto

con los sudores que exudo para que despiertes

goteando todavía alguna sangre sobre

las mortajas, para que nos

respiremos cerca tras los desfallecientes

gemidos del Gólgota, una lanza

y otra sin cansarse nunca, mientras

incrédulas sombras humanas acechaban.

 

Tú me enseñaste la palabra convenida

y yo, como tú a María de Magdala,

se la menciono a mi discípula predilecta

y así te reconozca como su Amado galileo,

mientras que, asombrada todavía,

sigue repitiéndome: “Eres el Lázaro

que creía muerto o se había olvidado de mí”.

 

Todos los Milagros te acompañan, Rabí,

y llega la hora de ver, mientras

 

te siento en este Tiempo de Resurrección.

 

 

EN DÍAS COMO ESTOS

 

En días como estos, torcidos, cuando no hay mea culpa

y todo lo preside el cascabeleo de los demagogos

o el envite de celestinas pegajosas, no mataré mi sonrisa

ni mi instinto arquero por los caminitos de la rima,

por el trecho de las llamaradas, por la miel de la connivencia.

Ahora me llamo Universo y me pongo cielo abajo pero

Cerca, muy cerca de las dos mitades del gran cañón.

Déjenme ser bulto incansable, greda giratoria al pie

de la tórtola que voló por el desierto. Ahora

me llamo El Siempre con la ruina de su hacienda

pero ubérrimo de sosiego. Doy fe que el destierro

no me resulta largo, que le hinco el diente

a quien muestra los colmillos. Más adelante pediré

un entierro en el aire. Mientras, síganme

fuera de los templos fríos. Síganme a repartir el trigo,

pero primero a sembrarlo lejos del tedio, sin

liturgias, pero con desbastada Apocalipsis de primicias.

 

Quiero ver por dentro en días como estos, ver el misterio

que reside dentro de la luz arriba de los dátiles.

Llueven primaveras desde un anillo y ahora me llamo

Jeroglífico. Me doy a explicar cómo se han hecho

las cosas, cómo dentro quedó la vida que no ha sido

devorada del todo. Conservo la marca

y escribo precarias sílabas en la piedra más alta.

 

Exactamente ahora me llamo Siervo juntando inocencias,

colocando a los demás en la balsa, primero la antorcha

del niño que fractura holocaustos. Al final sube

el tutor absorto imbricado en el tiempo, en su gran

embudo. Dejadme parpadear la sangre de la vigilia

destemplando la osamenta de los ídolos. Dejadme libar

de las antiguas ánforas donde se guarda el vino

del milagro. Dejadme quedar en calidad de prisionero

de mi propia certeza.

 

En días como estos, de pronto me peso

en la balanza aborigen y me arrullo en el meridiano

de su fiebre, de su pulso. Desnudo amor al paisaje

de antaño, verdes lentejuelas a favor de la dicha.

 

Cantaría en la verbena final, sin pavor al ridículo

de agrietar el silencio en días como estos que trasudan

carroña, que hieden a realidad degollada

zozobrando en torno mío.

 

 

 

EL PRIMER AMOR

 

Tú estuviste en el Génesis

de las consumaciones,

hermosa jovencita,

 

fragante flor

polinizada al principio.

 

Por ello sigo en tu cuerpo,

aunque hoy me veas

en lejanía.

 

Nada diré de tibiezas

piel a piel,

de arroyos donde ardían

todos los deseos…

 

Ahora sé lo que sentiste

y sé lo que sientes ahora.

 

Te abrazo,

como entonces,

con mi aliento en tus oídos.

 

El primer amor

mutuamente memorado,

mientras atardece.

 

 

 

DE NIÑO VI CÓMO EL VIENTO HACIA VOLAR A MARILYN MONROE

 

IV

 

De niño vi cómo el viento hacia volar a Marilyn Monroe.

Ella asomaba desde la hoja de un calendario que el viento

había arrancado del desvencijado taller

donde arreglaban la moto Yamaha chacarera de mi padre.

 

Vi volar a Marilyn regalando su blanca piel a los aires

y al imaginario de un ser despertando al alboroto de la carne.

Todavía hoy me froto los ojos

y ella aparece ondeando clarísima sobre el aire,

regresando sobre mí, volando conmigo entre árboles y luciérnagas,

entre lloviznas e infancias que no se arrugan

con el paso de los años.

 

Marilyn tanteaba mis cabellos y con sus labios llenos de carmín

parecía desearme buena suerte.

 

Voy creciendo,

pero sigo esperando aquel mismo viento.

 

 

 

EN VIDA, LAS FLORES

 

Bienaventurado

quien prodiga afectos

y ofrece flores,

y reconoce al otro

en vida,

 

celebrando éxitos ajenos

sin esperar al funeral

para parecer bueno

hasta apagar un instante

su lengua de fuego

o entonar llantos plañideros,

micrófono en mano.

 

En vida, las flores,

los encomios, los abrazos…

 

Así se decapitan envidias

o hipocresías

que no dejan avanzar.

Así la muerte

aún estará muy lejos.

 

Si esto haces, recibe

mis aplausos,

bienaventurado.

 

 

(a Aldo Gutiérrez)

 

 

 

COMO ENCALADO AL AULA DE FRAY LUIS

 

Altar permanente

y nunca un lugar común.

 

Un día y otro y otro más donde toparse

con el silencio y percibir la eternidad

brotando de la penumbra.

 

Soy

el rezagado que vuelve

para conservar ese silencio

entre las paredes del instinto.

 

Llego y me siento, subrepticiamente,

en el incómodo pupitre

que guarda los años hurtados al maestro.

 

Y el ayer se me hace un hoy

defendiendo su mañana.

 

Afuera, un sol de secano

todavía atrae a quienes contemplan

su estertor de luces

batiendo sobre la cúpula catedralicia.

 

 

Pero lo mío es pulsar en el recinto oscuro,

buscar la voz redonda

que encienda la sangre y el tiempo

luminoso.

 

Digo abrazo

y alguna mano fiel me va palmeando

con cariño.

 

Digo fulgor de antaño

y las palabras se moldean

sobre el púlpito que recuerda

lecciones y envidias de los antepasados.

 

Digo volveré

y unos dedos tamborilean

desde la vetusta silla del lector.

 

A Enrique Cabero Morán

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